Nicolas Sarkozy

El 6 mayo de 2012, Nicolas Sarkozy, al igual que Valéry Giscard d'Estaing en 1981 pero a diferencia de François Mitterrand en 1988 y Jacques Chirac en 2002, no pudo renovar en la Presidencia de la República Francesa con un segundo mandato, en su caso de cinco años. Su derrota a doble vuelta ante el contrincante socialista, François Hollande, a quien traspasó el testigo el 15 de mayo, puso brusco término a una de las carreras políticas más impetuosas de la Francia contemporánea, en medio de una interminable crisis económica y en una encrucijada histórica para la Unión Europea.

La marcada personalidad de Sarkozy situó la institución presidencial, como nunca desde tiempos de de Gaulle, en el foco de la vida republicana, pero la permanente exhibición de poder distó de suscitar unánimes percepciones de liderazgo o autoridad. Su tendencia al voluntarismo topó con superiores situaciones de mando —Alemania en el seno de la UE— y sus exhortaciones a transformar y regenerar encontraron mal reflejo en la sospecha de prácticas poco éticas. El mandatario galo, tachado habitualmente de egocéntrico, narcisista y elitista, no disfrutó de un idilio duradero con sus gobernados y desde el segundo año los sondeos de opinión le fueron ingratos prácticamente de seguido. La mayoría presidencial se impuso a las izquierdas en las elecciones europeas de 2009, pero perdió las municipales y cantonales de 2008, las regionales de 2010 y de nuevo las cantonales de 2011.

La partida de Sarkozy está suponiendo una revisión de la estrategia que vienen sosteniendo los poderes europeos para capear la peor borrasca económica y financiera en la historia comunitaria. Con una efectividad más que dudosa, la misma ha estado obsesivamente concentrada en la reducción del déficit para proteger al euro de la desconfianza de los mercados de deuda soberana y ha dejado en segundo plano las urgentes necesidades del crecimiento y el empleo. Así, el eje franco-alemán entrante de Hollande y Angela Merkel no es unívoco al saliente, el imperativo y hegemónico Merkozy, en las directrices de austeridad.

Más incertidumbre arroja el adiós de Sarkozy sobre el futuro de su partido conservador posgaullista, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), hasta ahora ampliamente mayoritario, que podría fracturarse o entrar en una dañina pugna electoral e ideológica con el ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen, potente tercera aspirante en la primera vuelta del 22 de abril. En este sentido, será determinante el resultado de las legislativas de junio.



LA EMPRESA DEL PODER: UN ASCENSO IRRESISTIBLEHijo de un expatriado húngaro de la posguerra y formado como abogado, en los años setenta del siglo XX el joven Sarkozy, todo dinamismo y ambición, emprendió su recorrido político de las manos de Chirac y Charles Pasqua, los líderes del partido neogaullista RPR. En 1993 debutó en el Gobierno Balladur, a quien dos años después apoyó en su tentativa presidencial, que dividió el voto oficialista. La "traición" de 1995 marcó el inicio de las difíciles relaciones entre Chirac y Sarkozy, apartado ahora del nuevo Gobierno Juppé, aunque aquel no dejó de reconocer las cualidades de su ex pupilo, como su gran capacidad de trabajo, su sentido táctico y un "insaciable apetito de acción".

La carrera de Sarkozy tomó un nuevo y definitivo empuje en 2002, como uno de los artesanos de la UMP, proyecto partidista que aglutinó al grueso del centro-derecha francés y que trascendió el viejo gaullismo social con la plena aceptación de los planteamientos liberales, y como enérgico titular de Interior en el Gobierno Raffarin, trabajo que le reportó popularidad por sus leyes para combatir la inmigración irregular y restringir el derecho de asilo. En 2004 sirvió como ministro de Finanzas y asumió la jefatura de la UMP, y en 2005 regresó al Ministerio del Interior, desde el cual lidió con la revuelta de los suburbios parisinos, violento episodio que traumatizó a la sociedad francesa. Su "tolerancia cero" con los disturbios juveniles y la delincuencia urbana proporcionó a Sarkozy una formidable base proselitista que le permitió anular las posibilidades sucesorias de su adversario en la UMP, el primer ministro y ex ministro de Exteriores Dominique de Villepin, quien era el favorito de Chirac y que luego fue llevado a juicio acusado de complicidad en una burda trama, el caso Clearstream, para desacreditar a su archirrival arrojando sobre él la sombra de la corrupción.

La plataforma presidencial de Sarkozy en 2007, valorada por él mismo como "radical", "rupturista" y "revolucionaria", apelaba a "reinventar la República" con la mudanza de toda una serie de principios y hábitos sostenidos por los sucesivos inquilinos del Elíseo al margen de su adscripción ideológica. Así, pedía reducir el peso de los componentes estatal y social en un sistema de economía de mercado necesitado de competitividad, premiar el esfuerzo y el mérito individuales, revisar el modelo de laicismo y modernizar el discurso antiglobalista, restando énfasis a la "excepción cultural" y prestando más atención al control de los flujos migratorios y al problema de las deslocalizaciones industriales.

También, prometía un cambio profundo en las políticas exterior y europea de Francia, con la superación de las reticencias en las relaciones con Estados Unidos y en el seno de la OTAN, la disminución del exclusivista eje con Alemania en favor de un directorio de seis países grandes y el bloqueo al ingreso de Turquía como miembro pleno de la UE. Impulsado por su imagen resolutiva y de ganador, Sarkozy no vio retada su postulación en las primarias de la UMP y luego doblegó en las urnas a la esperanza de la oposición socialista, Ségolène Royal.

EL HIPERPRESIDENTE EN ACCIÓN: UN PUÑADO DE ÉXITOS Y UN CÚMULO DE REVESES El 17 de mayo de 2007, al día siguiente de asumir, Sarkozy nombró primer ministro a François Fillon, quien presentó un Gobierno con presencia de ministros reclutados en el centro y la izquierda. En las elecciones legislativas de junio la UMP perdió escaños, pero retuvo la mayoría absoluta. El debut presidencial de Sarkozy fue arrollador. En la esfera internacional, sus gestiones humanitarias sobre el terreno consiguieron la repatriación de las enfermeras búlgaras encarceladas en Libia, el rescate de las azafatas españolas retenidas en Chad y, ya en 2008, la liberación de la más famosa cautiva de la guerrilla de las FARC, Íngrid Betancourt, colombiana con la doble nacionalidad. La controversia envolvió el primer episodio, pues la misión del mandatario en Trípoli incluyó la firma con el dictador Gaddafi —el mismo al que cuatro años después iba a hostilizar con bombardeos aéreos— una serie de acuerdos de cooperación militar, industrial y nuclear.

De puertas adentro, el Ejecutivo, confrontado con la deceleración económica en vísperas de la recesión global, presentó unos presupuestos expansivos con medidas de estímulo centradas en la industria automovilística así como un paquete de reformas estructurales que supuso una nueva flexibilización de la semana laboral de 35 horas introducida por el anterior Gobierno del PS y, para atajar el déficit de la Seguridad Social, el fin de los regímenes especiales de pensiones anticipadas en el sector público, lo que concitó la primera gran huelga de un rosario de protestas laborales. El Gobierno endureció también la política de extranjería y abrió un debate sobre los requisitos de la integración de los foráneos y la identidad nacional francesa.

En 2008, una vez divorciado de su segunda esposa, Cécilia Ciganer, Sarkozy contrajo terceras nupcias con la cantante y ex modelo Carla Bruni (en 2011 la pareja iba a alumbrar una niña). La nueva situación sentimental de presidente quedó bajo el ávido escrutinio de los medios de comunicación. Ganando detractores de día en día, sobre Sarkozy se amontonaron las más variadas críticas, centradas en sus formas y su actitud; así, fue acusado de exhibir en demasía su relación de pareja, de mezclar frívolamente las esferas institucional y privada, de complacerse en un estilo de vida opulento favorecido por oscuras amistades empresariales, de acaparar responsabilidades de gobierno más allá de las ya amplísimas atribuciones reservadas a la Presidencia (lo que objetivamente le perjudicaba, pues al ponerse siempre en la primera línea cargaba con la erosión inherente a las decisiones impopulares) y de reaccionar con destemplanza a estas amonestaciones del público. Una serie de anécdotas a costa de su baja estatura suscitó sarcasmo e hilaridad.

En 2009 la recriminación de nepotismo le obligó a cancelar el nombramiento de su hijo Jean, un joven de 23 años con la carrera universitaria de Derecho a medio hacer, al frente de la agencia pública que gestiona el distrito de negocios de La Défense. En 2010, el turbio caso L'Oreal le salpicó de lleno cuando una ex contable de la acaudalada heredera Liliane Bettencourt testificó ante el juez que la firma de cosméticos había financiando con donaciones ilegales sus campañas electorales (más tarde la declarante se detractó).

Con la llegada de la recesión a Francia, en el tercer trimestre de 2008, Sarkozy dio un giro a la austeridad plasmado en la reducción del funcionariado y socorrió a los seis principales bancos privados con una inyección de capital de 10.500 millones. La contracción del PIB fue conjurada en el segundo semestre de 2009, pero luego el crecimiento apenas consiguió despegar del medio punto trimestral. En 2010, el fuerte deterioro del erario fue enfrentado por el Gobierno con otra andanada de recortes y ajustes, y con el retraso de la edad de jubilación de los 60 a los 62 años. La contundencia de las medidas encontró la respuesta consonante de unos sindicatos en pie de guerra. Las medidas de ahorro se extremaron en 2011, junto con iniciativas para recaudar más como el impuesto especial temporal para las grandes fortunas, sendas subidas del IVA y del impuesto de sociedades, y la congelación de exenciones fiscales.

Los vaticinios económicos formulados en 2007 quedaron demolidos por los hechos: la previsión de un déficit cero para 2010 topó con el índice del 7,1% aquel año (frente al 2,7% de 2007), la de deuda pública por debajo del 60% con una tasa superior al 80% y la del pleno empleo al final del quinquenio con un paro del 10%. La oposición echó en cara al presidente este sombrío balance económico, pero Sarkozy aseguró que el cumplimiento de los actuales objetivos de déficit estaba encarrilado y destacó los bajos tipos de interés pagados por las emisiones de bonos, en comparación con otros países de la eurozona. Sin embargo, la banca privada siguió muy expuesta a la insolvencia de la deuda griega y en enero de 2012, para consternación del Elíseo, pues se trataba de un menoscabo al prestigio de Francia, la agencia S&P retiró la máxima nota de solvencia, la triple A, a la deuda soberana gala. Además, la balanza comercial y la cuenta corriente de Francia arrastraban los déficits más abultados de la eurozona: justo en la antípoda de su socio superavitario, Alemania.

PROTAGONISMO INTERNACIONAL EN TODA CIRCUNSTANCIAEl contraste y el claroscuro predominaron igualmente en la política internacional de un dirigente propenso a los golpes de efecto, las declaraciones grandilocuentes y las tomas de posición frente a retos de gran calado. Implícitamente, Sarkozy expresaba su convicción de estar jugando un papel histórico en una coyuntura mundial de ansiedad y desconcierto. En 2008, reinterpretando a su manera la vieja noción de la grandeur, anunció una "política de civilización" que convertiría a Francia en "el alma del Renacimiento que el mundo necesita". Sin embargo, sólo algunas de sus ambiciosas propuestas vieron la luz, mientras que otras que sí lo hicieron se quedaron a medio camino. El activismo, casi compulsivo, del estadista se expresaba en múltiples terrenos. En el capítulo ecológico, anunció el objetivo nacional, yendo mucho más allá de Kyoto, de reducir las emisiones de CO2 a la mitad para 2050, instó a la UE a que liderara la lucha contra el cambio climático con acciones concretas en materia de energía y desarrollo sostenible, pidió asumir el "coste medioambiental" de las actividades económicas y habló de elaborar un "Plan Marshall" para el planeta.

Por otro lado, tal como había adelantado en la campaña electoral, se apresuró a recomponer las relaciones con Estados Unidos, dañadas por la negativa de Chirac a respaldar la invasión de Irak en 2003, y fue más allá al evocar con Bush la "alianza histórica" de los dos países en tiempos de George Washington. En la misma línea, devolvió a Francia, tras 42 años de ausencia, al mando militar integrado de la OTAN sin dejar de propugnar una PESD autónoma, reforzó la presencia militar en Afganistán antes de anunciar, en junio de 2011 y secundando a Obama, la retirada gradual de las tropas hasta 2014 (en enero de 2012 adelantó esa fecha a 2013) e, invocando el espíritu de la "Entente Cordial", inauguró una nueva era de cooperación, inclusive los aspectos militares y nucleares, con el Reino Unido, aunque un año después, en 2011, trascendió su irritación con el primer ministro David Cameron por inmiscuirse en las discusiones críticas sobre el euro.

El protagonismo del líder francés brilló particularmente en el segundo semestre de 2008, siendo presidente de turno del Consejo Europeo. Así, orquestó el lanzamiento en París de la Unión por el Mediterráneo (UpM), asociación política de 43 países que no obstante era una reformulación devaluada del proyecto original, la Unión Mediterránea, la cual prescindía del anterior Proceso de Barcelona y excluía a los países de la UE no ribereños. También, encabezó las difíciles conversaciones de Moscú para la retirada de las tropas rusas de la invadida Georgia, cuyo ingreso en la OTAN, al igual que el de Ucrania, prefirió dejar en el alero para no encrespar al Kremlin.

Por último, en noviembre, él y el británico Gordon Brown fueron los artífices de la primera cumbre del G20, en Washington, donde se adoptó su idea de dar una respuesta conjunta, con masivos incentivos fiscales e inyecciones de capital en auxilio del sector privado, al terremoto financiero desatado por la quiebra de Lehman Brothers. Para él, era perentorio "refundar el capitalismo sobre bases éticas" y reconstruir el sistema financiero internacional "partiendo de cero", pues la autorregulación no había funcionado ("le laisser-faire c'est fini", proclamó). En 2011 Sarkozy organizó en casa, en Cannes, la sexta cumbre de este foro intergubernamental llamado a sustituir al obsoleto G8, que también le tuvo como anfitrión de una de sus cumbres anuales, la de 2011 en Deauville.

Ningún asunto mundial importante escapó de la implicación del mandatario francés. Sarkozy se alineó con Estados Unidos en la exigencia a Irán del cese de sus actividades de enriquecimiento de uranio susceptibles de proporcionarle la bomba atómica. En 2009 fue uno de los líderes que votaron la histórica resolución 1.887 del Consejo de Seguridad de la ONU sobre no proliferación y desarme nucleares. Con China, hasta el cambio de tono de 2010, predominó la frialdad por las críticas a la represión en Tíbet. Por otro lado, la criminalización en Francia de la negación del genocidio armenio elevó la tensión de las relaciones con Turquía.

En la vertiente sur, su visión en 2007 de una "EuroÁfrica" no borró la tradición de las tomas de partido y las injerencias en los conflictos de las ex colonias del continente negro, como pudo apreciarse en la guerra civil de Côte d'Ivoire, donde las tropas francesas contribuyeron decisivamente a la derrota militar del presidente Gbagbo. Los roces con varias satrapías corruptas de la región quedaron bien de manifiesto, aunque las críticas de Sarkozy al mal gobierno de ciertos países petroleros de la Françafrique tuvieron su contrapunto en las denuncias de que estas mismas dictaduras habrían financiado generosamente las campañas electorales de la UMP.

Sin renegar de la línea propalestina, Sarkozy matizó la postura de París en el conflicto de Oriente Próximo al mostrar cierta comprensión con las tesis israelíes sobre seguridad, en paralelo a una enérgica denuncia del antisemitismo. En 2009, junto con el egipcio Mubarak, condujo en Sharm El Sheij una facilitación diplomática que monitorizó el alto el fuego en Gaza y la retirada del Ejército israelí de la franja controlada por Hamás. Dos años y medio después, propuso un plan para un "acuerdo final" entre palestinos e israelíes por el que los primeros solicitarían en la Asamblea General de la ONU el estatus de Estado observador y pospondrían por un año su petición oficial al Consejo de Seguridad para convertirse en un miembro de pleno derecho.

En 2011, el estallido de la Primavera Árabe desnudó las contradicciones de la estrategia francesa para la región, el Magreb en particular. La caída en Túnez de Ben Alí, condescendientemente elogiado hasta la misma víspera del alzamiento popular, llenó de estupor al Gobierno francés, que durante semanas siguió con frialdad los sucesos revolucionarios en el antiguo protectorado y en Egipto. La actitud cambió radicalmente cuando las revueltas llegaron a Libia, escenario de una salvaje represión, a pesar de todo el capital económico y político invertido allí. Así, Sarkozy, esta vez con agilidad de reflejos, se puso a la cabeza de la ruptura de Occidente con Gaddafi, arrastrando a la OTAN a la intervención militar y liderando el reconocimiento diplomático de las autoridades rebeldes. Luego, Francia denunció como la que más la barbarie represiva del régimen de Assad en Siria, con el que ya tenía problemas por la injerencia de Damasco en la política libanesa, pero, como Estados Unidos y el resto de la comunidad internacional, descartó la opción militar para ayudar a los manifestantes y los soldados desertores.

EL MATRIMONIO EUROPEO CON MERKEL: UN DUOPOLIO ASIMÉTRICOCon todo, el quehacer exterior de Sarkozy estuvo señoreado por los asuntos de la UE, que requirieron de él atención y esfuerzo incesantes. Los mensajes electorales de disminuir el peso del eje con Alemania en aras de un motor europeo más inclusivo, dotar al Eurogrupo de un verdadero gobierno económico de los 15, devolver a los estados cierta potestad en la política monetaria, ampliar el proteccionismo agrícola y coordinar las políticas inmigratorias nacionales toparon con las urgencias de la firma y ratificación por los 27 del Tratado de Reforma, el sucedáneo simplificado del fracasado Tratado Constitucional (sepultado precisamente por el no del referéndum francés de 2005), y, a renglón seguido, con la llegada de la Gran Recesión, heraldo a su vez del hundimiento financiero de Grecia y de la gran crisis del euro a partir de 2010.

Para sacar adelante el Tratado de Lisboa, del que era padre conceptual y al que aguardaban escollos como los dos referendos irlandeses antes de poder entrar en vigor en diciembre de 2009, amén de los otros apartados de su agenda, Sarkozy no tenía más remedio que entenderse estrechamente con la canciller Merkel, una colega del Partido Popular Europeo y adalid de la ortodoxia fiscal. El tándem se articuló y echó a andar con fuerza arrolladora, si bien no tenía paridad jerárquica y tampoco estaba libre de divergencias. Sarkozy hubo de transigir en las cuestiones de la UpM, el monopolio monetario del BCE y el inmediato Gobierno económico de la eurozona, aunque arrancó de Merkel la celebración de cumbres periódicas exclusivas de los países con la moneda única, formato estrenado en París en octubre de 2008.

Esta cita fue uno de los logros del semestre europeo de Francia, junto con el Pacto sobre Inmigración y Asilo, y el plan de objetivos 20-20-20 en reducciones de emisiones contaminantes y uso de energías renovables. De cara al público, la subordinación del líder francés a su colega alemana se manifestó sobre todo en la asunción como propia de la tesis de Berlín de austeridad a ultranza en las cuentas de los Estados con problemas de déficit, esto es, prácticamente todos. Ahora bien, la sintonía binacional no era perfecta, y no mitigó la sensación de seguidismo galo y de que el diktat económico a una UE en crisis existencial lo imponía sobre todo el Gobierno germano.

Dos fueron los hitos del desequilibrado pero taxativo Merkozy, pensados para tomar el relevo al devaluado Pacto de Estabilidad y Crecimiento. En octubre de 2010, al hilo de la dura pelea de Sarkozy con la Comisión y el Parlamento europeos por sus polémicas deportaciones de miles de gitanos rumanos y búlgaros, vino el llamado Acuerdo de Deauville, trato privado que dio luz verde a la creación de un fondo permanente de rescate de los países de la eurozona ahogados por la deuda, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), y que alumbró, ya en marzo de 2011, el Pacto por el Euro o Euro Plus, el cual incidía en la competitividad basada en la contención salarial. El resto de la UE, con mayor o menor convicción, se plegó a las exigencias franco-alemanas.

Meses después, británicos y checos se descolgaron del nuevo giro de tuerca de Sarkozy y Merkel, el controvertido Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la eurozona, más simplificadamente el Pacto Fiscal, que alumbraba una "arquitectura reforzada para la Unión Económica y Monetaria" sujeta a la armonización fiscal, la supervisión de los presupuestos por el Tribunal de Justicia de Luxemburgo, la fijación constitucional del tope de déficit estructural del 0,5% (regla de oro) y la aplicación de sanciones casi automáticas a los países que superasen el umbral del 3%.

El Pacto Fiscal, firmado sin unanimidad en marzo de 2012 y por lo tanto obligado a tramitarse no como una reforma directa de los Tratados de la UE sino por la vía rápida del tratado intergubernamental, ilustró la derechización del discurso económico de Sarkozy, quien insistió en el carácter "solidario" y no lesivo para la soberanía nacional de un instrumento imprescindible para "crecer, modernizarse, ganar competitividad y frenar las deslocalizaciones y la pérdida de empleos". Para la izquierda, en cambio, el presidente había hecho demasiadas concesiones a Merkel, que se había salido con la suya en el rechazo a la compra masiva de deudas nacionales por el BCE, en el descarte de la opción de los eurobonos y, sobre todo, en la regla de oro, imposible de implementar sin el concurso de la oposición en la Asamblea Nacional.

PRESIDENCIALES 2012, LA REELECCIÓN QUE NO PUDO SEREuropa, la economía y el eterno debate sobre la inmigración dominaron la campaña de Sarkozy para la reelección en 2012, la cual libró cuesta arriba, con los sondeos desfavorables. Bajo el eslogan de La Francia fuerte, el candidato oficialista presentó un programa donde anunciaba la bajada de los costes sociales en la contratación para generar empleo, una subida del IVA para compensarlo, contratos de formación para combatir el paro juvenil, la liberalización del mercado inmobiliario para abaratar la vivienda y la aplicación unilateral por Francia de una tasa del 0,1% sobre las transacciones financieras. Para arañar votos a derecha e izquierda, habló de suspender el Acuerdo de Schengen si la UE no abordaba una reforma profunda del mismo para reforzar el control de las fronteras y de revisar el papel del BCE en el crecimiento económico.

Las advertencias de que con Hollande en el poder Francia podría "acabar como Grecia o España" no impidieron que el socialista se apuntara la primera vuelta del 22 de abril. Para impedir su derrota final el 6 de mayo, Sarkozy empleó un tono más agresivo y cortejó abiertamente a los votantes de Le Pen con mensajes, rayanos en la xenofobia, contrarios a la afluencia de extranjeros e inmigrantes, pero en vano. El 15 de mayo de 2012 Sarkozy y su esposa abandonaron el Palacio del Elíseo, una despedida que en el caso de él afectaba también a la vida política, tal como había avisado en la campaña por si se producía este desenlace electoral.

(Texto actualizado hasta mayo 2012)

1. Joven promesa del neogaullismo francés
2. Desavenencias con Chirac y coartífice del proyecto UMP
3. Responsable de Interior y rival del primer ministro Villepin
4. De la revuelta en los suburbios de 2005 a la nominación presidencial de 2007
5. La ambición del Elíseo sometida a las urnas: el triunfo sobre la socialista Royal
6. Distinciones y publicaciones


1. Joven promesa del neogaullismo francés

Su padre, Pál Sárközy Nagybócsay, nacido en Budapest en 1928, era un miembro de la pequeña nobleza terrateniente húngara que en el otoño de 1944, ante el avance del Ejército soviético en el penúltimo año de la Segunda Guerra Mundial, huyó con su familia al oeste. Cuando la contienda terminó los Sárközy regresaron a sus posesiones en la población de Alattyán, cerca de Szolnok, para encontrarse con que lo habían perdido todo. Temiendo represalias políticas por pertenecer a una clase social que el nuevo Gobierno nacional controlado por los comunistas consideraba afecta al depuesto régimen autoritario del almirante Horthy, el padre del futuro gobernante francés hizo la maleta de nuevo y tras cruzar Austria consiguió llegar a la ciudad alemana de Baden Baden, que estaba ocupada por el Ejército francés.

Allí se alistó en la Legión Extranjera y tras unos años de servicio en Argelia dejó la milicia y se instaló en París, donde encontró trabajo como publicista —posteriormente montó su propia agencia, con la que hizo un buen capital— y contrajo matrimonio con Andrée Mallah, una estudiante de Derecho autóctona de buena familia y profundas convicciones católicas. El expatriado centroeuropeo se integró plenamente en la sociedad de acogida, aunque hasta los años setenta no consiguió la ciudadanía gala. Afrancesó su nombre con la forma Paul Sarközy de Nagy-Bocsa y no quiso que sus tres hijos, Guillaume, el mayor, Nicolas, el mediano, y François, el benjamín, aprendieran el idioma húngaro ni que se familiarizaran siquiera con la cultura del país de sus ascendientes.

Los tres fueron bautizados en la fe católica (entre los Sárközy había habido tanto católicos como protestantes) y recibieron la educación propia de cualquier familia tradicional francesa. En 1959 Paul Sarközy se separó de su mujer y tras obtener el divorcio contrajo segundas nupcias con la hija del embajador húngaro en París y fundó otra familia. El quedar los hermanos bajo el cuidado exclusivo de la madre, la cual retomó sus estudios de Derecho, consiguió el título de abogado y llegó a ejercer como tal, aseguró más si cabe su desvinculación de lo magiar.

El muchacho creció en una pequeña mansión del norte de París y luego en la cercana comuna de Neuilly-sur-Seine, perteneciente al departamento de Hauts-de-Seine, bajo la protección económica de su abuelo materno, Benedict Mallah, un médico judío sefardí converso al catolicismo y oriundo de Salónica, Grecia, el cual ejercía su especialidad urológica en el pudiente entorno social del distrito XVII de París. Mallah era también un ferviente partidario del general Charles de Gaulle, una adscripción ideológica, el gaullismo, que transmitió a su nieto Nicolas. Ya como adulto, Sarkozy reconoció haber recibido muchas más influencias de su abuelo que de su padre, al que de hecho apenas veía.

Estudiante del montón, las malas calificaciones le obligaron a repetir el sexto curso en el liceo público Chaptal antes de estrenar aula en el Saint-Louis de Monceau, un liceo privado sito también en su distrito parisino. En 1973 obtuvo el título de bachiller de la serie B (Economía y Sociedad) y a continuación se matriculó en la Universidad de Nanterre (París X) para formarse como abogado. Su debut en el activismo político fue tan tempranero como vigoroso. En 1974, cursando el primer año de la carrera de Derecho, se afilió a la Unión de Demócratas por la República (UDR), el partido conservador gaullista que bajo sucesivas denominaciones venía gobernando Francia desde la proclamación de la V República en 1958 y cuyo líder ascendente era Jacques Chirac, primer ministro desde el mes de mayo.

Sarkozy militó en la campaña presidencial del ex primer ministro Jacques Chaban-Delmas, quien resultó apeado en la primera vuelta de las elecciones por el republicano no gaullista Valéry Giscard d'Estaing y por el socialista François Mitterrand, y en 1975 fue nombrado delegado de las juventudes del partido en Hauts-de-Seine. Este departamento, uno de los ocho que componen la región de Île-de-France y entre los cuatro que integran el área metropolitana del gran París, la denominada petite couronne, iba a convertirse en el apostadero de la carrera política más sobresaliente —aunque no exenta de altibajos— de la derecha francesa en los últimos años del siglo XX y primeros del XXI.

Gaullista "joven y revolucionario, pero no a la manera de esos que son profesionales de la manifestación", como así mismo se definió, evocando despectivamente a las izquierdas del Mayo francés de 1968, en un discurso pronunciado en Niza en junio de 1975, Sarkozy no faltó a la fundación por Chirac en diciembre de 1976, meses después de abandonar la jefatura del Gobierno por discrepancias con Giscard, del partido Reagrupamiento por la República (RPR), nuevo custodio del legado del militar y estadista fallecido en 1970, y sustituto de la ahora extinta UDR como miembro de la mayoría presidencial, es decir, la coalición gobernante, junto con los republicanos independientes de Giscard y los centristas socialdemócratas de Jean Lecanuet, los cuales, a su vez, iban a formar la Unión por la Democracia Francesa (UDF).

En marzo de 1977, con 22 años recién cumplidos, el aún estudiante de Derecho ganó su primer mandato electoral, uno de concejal en el consistorio de Neuilly-sur-Seine, su terruño desde la infancia y uno de los barrios más elitistas del extrarradio parisino. Tremendamente ambicioso y dinámico, Sarkozy no tardó en llamar la atención de Chirac, que iniciaba ahora su trayectoria como alcalde de París, y de otro peso pesado del neogaullismo y exponente de su ala más derechista y soberanista, Charles Pasqua, con cuyo patronazgo pudo entrar ese mismo año en el Comité Central del RPR. Asimismo, fue nombrado secretario del partido en la circunscripción de Neuilly-Puteaux. En 1978 se convirtió en delegado nacional de las juventudes del partido y concluyó sus estudios en Nanterre con la obtención de la licenciatura en Derecho, tras lo cual prestó el servicio militar obligatorio.

En 1979 retomó su formación académica en el Instituto de Estudios Políticos (IEP, también llamado Sciences Po) de París, por el que en 1981 obtuvo un Diploma de Estudios Avanzados (DEA) en Ciencias Políticas y en base a un trabajo sobre el referéndum convocado y perdido por de Gaulle en 1969 . Al mismo tiempo, recibió el certificado de aptitud para ejercer como abogado y, siguiendo los pasos de su madre, inició la práctica jurídica en un bufete parisino especializado en derecho inmobiliario.

Sin embargo, la abogacía era para Sarkozy más una capacitación que un fin profesional. Su verdadera pasión era la política. Presidente del comité nacional de las juventudes del RPR que hicieron campaña por Chirac en su infructuoso envite presidencial frente a Mitterrand, menos de dos años después, en los comicios locales de marzo de 1983, salió elegido alcalde de Neuilly-sur-Seine en sustitución del veterano político gaullista Achille Peretti, regidor desde 1947 y además presidente de la Asamblea Nacional entre 1969 y 1973, el cual se encontraba enfermo y falleció poco después. Sarkozy tenía 28 años y ya no iba a separarse del cargo municipal hasta cumplidos los 47, haciéndolo compatible con sus sucesivas responsabilidades en la política nacional.

Este mandato le permitió sentarse en el Consejo Regional de Île-de-France, asamblea territorial que entonces no era de elección directa. Un bienio más tarde, en marzo de 1985, añadió una tercera función representativa, con mandato electoral al igual que la alcaldía, la de consejero general en el cantón de Neuilly-sur-Seine-Nord, uno de los dos que englobaba la comuna de Neuilly-sur-Seine. De ahí saltó en 1986, el año en que la alianza centroderechista del RPR y la UDF reconquistó en la Asamblea Nacional la mayoría perdida en 1981 y Chirac estuvo de vuelta en el Hotel Matignon, a una de las vicepresidencias del Consejo General de Hauts-de-Seine. En la asamblea departamental Sarkozy adquirió responsabilidad sobre el área de Educación y Cultura. En 1987 le tocó un primer servicio de tipo gubernamental, aunque desde fuera del Ejecutivo, al contratarle el ministro del Interior, quien no era otro sino Pasqua, como encargado de misión y consejero de comunicación en materia de prevención de riesgos de contaminación química y radiactiva, en una época de preocupación en toda Europa a raíz del accidente nuclear de Chernobyl.

Por lo que se refiere a su vida privada, en septiembre de 1982 Sarkozy celebró esponsales con Marie-Dominique Culioli, hija de un farmacéutico corso, con la que iba a tener dos hijos varones, Pierre, en 1985, y Jean, en 1987. A la boda fue invitado el padrino político del novio, Pasqua, quien hizo de testigo. Tras unos años de convivencia, el matrimonio se fue al traste después de iniciar él un idilio con Cécilia Ciganer-Albéniz, hija de un exiliado judío moldavo y biznieta por parte de su madre española del compositor catalán Isaac Albéniz; poseyendo estudios de Derecho y musicales de piano, Ciganer había trabajado ocasionalmente de modelo y relaciones públicas antes de asomarse a la política como ayudante del senador izquierdista René Touzet.

La relación sentimental entre Sarkozy y Ciganer tuvo un epílogo harto singular, como fluctuante y borrascosa iba a su evolución posterior: se conocieron el día de agosto de 1984 en que él, con la potestad que le confería su condición de edil, ofició en el Ayuntamiento de Neuilly la boda civil de ella con el famoso presentador televisivo Jacques Martin. Ciganer tuvo dos hijas con Martin, pero en 1989 se separó de él para irse a vivir con Sarkozy. Tras conseguir, con no pocas dificultades, sus respectivos divorcios, la pareja se casó en octubre de 1996. De esta relación conyugal nació un niño, Louis, en 1997.


2. Desavenencias con Chirac y coartífice del proyecto UMP

Las elecciones legislativas del 5 y el 12 de junio de 1988, convocadas por Mitterrand tras ganar en mayo la reelección para un segundo septenio —Chirac volvió a fallar en la meta de llegar al Palacio del Elíseo—, acarrearon al RPR y la UDF la derrota por el Partido Socialista (PS), pero para Sarkozy supusieron su entrada en la Asamblea Nacional como diputado por la circunscripción sexta de Hauts-de-Seine, tras lo cual se dio de baja en el Consejo Regional de Île-de-France y en el Consejo General de Hauts-de-Seine. Este mismo año accedió a la Secretaría Nacional del RPR como responsable de Juventud y Formación, teniendo como superior jerárquico al secretario general Alain Juppé, un político de corte tecnocrático y liberal. En 1992 ascendió a secretario general adjunto a Juppé y tomó bajo su responsabilidad la supervisión de las federaciones territoriales del partido.

Para 1993, año que marcó un antes y un después en su carrera política, Sarkozy ya conocía al dedillo el entramado administrativo del Estado galo y la organización del que volvió a ser el primer partido de Francia. En las legislativas del 21 y el 28 de marzo el PS de Michel Rocard, Laurent Fabius y el malogrado Pierre Bérégovoy se desmoronó y la Unión por Francia formada por el RPR y la UDF conquistó una mayoría más que suficiente para volver a gobernar. La aplastante victoria del centro-derecha en 1993 quedó registrada en los anales republicanos como la vague bleue, la "marea azul".

Reelegido en su escaño, Sarkozy se vio sin embargo obligado a dejarlo por incompatibilidad constitucional, pues le tocó un puesto en el Ejecutivo, el Ministerio del Presupuesto. El 29 de marzo de 1993, con 38 años, el de Hauts-de-Seine tomó posesión de la cartera en el Gabinete encabezado por Édouard Balladur, colaborador desde antiguo de Chirac, quien por su parte renunció a ser primer ministro por tercera vez para preparar esmeradamente la cita con las presidenciales en 1995.

La misión de Sarkozy era, trabajando junto con el ministro de Economía, el centrista Edmond Alphandéry, controlar del déficit público, cuyo crecimiento por encima del 3%, en un contexto de recesión económica y turbulencias monetarias incumplía provisionalmente el criterio de convergencia financiera, requerido para participar en la tercera etapa de la Unión Económica y Monetaria europea. Asimismo, le fue conferida la portavocía del Gobierno, cometido que, más que el anterior, le convirtió en un rostro político familiar para los franceses. Entre enero y abril de 1995 ejerció provisionalmente de ministro de la Comunicación, si bien sólo en funciones, ya que esta titularidad gubernamental ahora mismo no existía.

Cuando en enero de 1995 Balladur, menospreciando la "candidatura natural" de Chirac y animado por su alto índice de popularidad, lanzó su propia postulación presidencial, Sarkozy estuvo entre los numerosos ministros y dirigentes del RPR que se alinearon tras la ambición de un hombre que representaba una visión alejada del gaullismo ortodoxo por ser favorable al liberalismo económico, no priorizar la cuestión social y defender la integración europea, aunque avances del calado del Tratado de Maastricht trajeran parejo un recorte de la soberanía nacional. En una frase que dio mucho qué hablar por su crudeza, Sarkozy llegó a referirse a su antiguo patrocinador en estos términos: "El electroencéfalograma chiraquiano está plano. Esto no es el Hotel de la Villa [el Ayuntamiento de París], esto es la antecámara de la morgue. Chirac está muerto, no le quedan más que tres paletadas". El fundador del RPR nunca iba a perdonar la deslealtad, rayana en el ultraje personal, de quien había estado considerado uno de los más prometedores cachorros del chiraquismo.

Pasqua, a la sazón ministro del Interior, cuyo discurso duro y populista era idóneo para pescar votos en los caladeros de la extrema derecha y el campo euroescéptico, también llamó a votar a Balladur, pero no porque compartiera su liberalismo y su europeísmo, sino porque esperaba ser recompensando, si aquel llegaba al Elíseo, con el puesto de primer ministro. Entonces, la prensa francesa dio por hecho que en tal caso su discípulo aventajado, Sarkozy, recibiría una cartera ministerial de gran peso. Otro escenario que parecía inevitable era que si Chirac era superado por Balladur en la primera vuelta y perdía el derecho a disputar el ballotage con el socialista Lionel Jospin, el presidente interino del partido desde el año anterior, Juppé, actual ministro de Exteriores y fiel incondicional de Chirac, no podría evitar ser descabalgado en la carrera por el liderazgo del neogaullismo, que el ministro del Interior buscaba sin disimulos.

Pero Sarkozy y Pasqua apostaron por el caballo equivocado. El 23 de abril de 1995 fue Chirac, dado prematuramente por desahuciado, el que pasó a la segunda vuelta del 7 de mayo con Jospin, ganador de la primera vuelta gracias a la división del voto centroderechista. Como no podía ser de otra manera, Balladur y todos los que le habían apoyado se sometieron a la disciplina partidista y cerraron filas con Chirac, pero cuando el veterano estadista se proclamó por fin, tras dos intentos frustrados, presidente de la República, lo primero que hizo fue ajustar cuentas con los desafectos: el 18 de mayo Juppé fue puesto por Chirac al frente de un Gobierno en el que fueron purgados todos los balladurianos del RPR.

Para Sarkozy comenzaba un período de relegación que dejó en suspenso su hasta entonces pujante carrera. El 24 de septiembre regresó a la vida parlamentaria sentándose en el escaño que dos años y medio atrás había cedido a Charles Ceccaldi-Raynaud, quien aceptó terminar esta suplencia a cambio de un puesto en el Senado. En noviembre siguiente, el Consejo Nacional salido de la asamblea partidaria celebrada a mediados de octubre, la cual supuso para Juppé su oficialización como presidente del partido y su consagración como delfín de Chirac, eligió a Sarkozy miembro del Buró Político y portavoz del RPR. Orgánicamente ya era uno de los barones del partido, pero estar apartado del Gobierno limitaba drásticamente su influjo político.

Sarkozy empezó a sacudirse de esta inercia en la legislatura que abrieron las elecciones generales del 25 de mayo y el 1 de junio de 1997, las cuales, en un error de cálculo espectacular, fueron adelantadas por Chirac ante el temor de que si aguardaba hasta la conclusión del quinquenio en 1998, a tenor del enorme desgaste que estaba teniendo el Gobierno de Juppé por la impopular reforma de la Seguridad Social y por la austeridad presupuestaria que requería la moneda única europea, el oficialismo fuera derrotado por el PS y sus aliados de la izquierda. Sin embargo, la sanción del electorado, y muy dura, golpeó justo ahora: el RPR y la UDF sólo sumaron el 29,9% de los sufragios y 242 escaños, siendo el registro de los neogaullistas el 15,7% y 134, respectivamente.

Los peores resultados obtenidos por una mayoría presidencial desde 1959 y el inicio, cabía decir que provocado por el jefe del Estado, de una desagradable cohabitación con el Gobierno de la gauche plurielle liderado por Jospin sumieron en una aguda crisis al RPR, con los chiraquianos puestos en la picota y el fantasma del cisma sobrevolando a todos. Juppé dimitió al igual que el secretario general, Jean-François Mancel. Sarkozy, que había revalidado su escaño sin dificultad, aunque desde posiciones muy críticas, optó por la ortodoxia y no iba a secundar la creciente disidencia de su viejo mentor, Pasqua, quien terminaría por abandonar el partido antes de formar, en noviembre de 1999, su propia fuerza política de ideología gaullista soberanista, el Reagrupamiento por Francia (RPF).

Con alguna reticencia, el ex ministro del Presupuesto respaldó la postulación para reemplazar a Juppé de Philippe Séguin, presidente de la Asamblea Nacional en la pasada legislatura y barón procedente del gaullismo más social y popular, así como muy crítico con las corruptelas que proliferaban en el partido, siendo la más escandalosa la red de empleos ficticios y sinecuras gestionada por el Ayuntamiento de París, qué arrojaba dudas sobre la honestidad de Chirac. El 6 de julio de 1997, en una asamblea extraordinaria, Séguin salió elegido sin dificultad presidente del RPR y Sarkozy fue retribuido con unos cometidos propios de un secretario general, oficina que por el momento quedaba vacante: la coordinación y la portavocía del equipo de transición a otra asamblea extraordinaria, en la cual se abordaría la refundación del partido, con cambio de nombre y renovación doctrinal, dejando atrás iconos de la ideología neogaullista como el culto al Estado y abrazando un reformismo de tipo liberal y desregulador.

La rehabilitación de Sarkozy en la nueva dirección colegiada del RPR no había hecho más que comenzar. O al menos, así lo parecía. En la asamblea del 31 de enero y el 1 de febrero de 1998, Séguin, si bien por los pelos, vio frustrada su plataforma regeneradora ante el contraataque de chiraquianos y tradicionalistas. Este fiasco no descolocó a Sarkozy, que ante todo perseguía reconstruir y ensanchar su coto de poder en la confusa pero vasta constelación del gaullismo. Por de pronto, resultó elegido secretario general del partido.

La derrota en la batalla doctrinal del RPR dejó irremisiblemente tocado a Séguin, que el 16 de abril de 1999, hostigado por los chiraquianos y desvalido por las familias de Balladur y Pasqua, después de encajar los malos resultados de las elecciones regionales y cantonales de marzo de 1998, y de causar desconcierto con su pertinaz rechazo a la adopción del euro, renunció a la presidencia del partido y también a encabezar la lista conjunta al Parlamento Europeo del RPR y la Democracia Liberal (DL, el antiguo Partido Republicano de Giscard, que había abandonado la UDF el año anterior) de Alain Madelin.

Sarkozy, que, en un requiebro difícil de entender, ya que él era un liberal sin ambages, había sostenido en la Asamblea Nacional la línea séguinista en contra del euro con los argumentos —el segundo no explícito— de que no era cuestión de premiar la política económica del Gobierno socialista ni de enajenarse algunos puñados de votos procedentes del euroescepticismo y la ultraderecha de Jean-Marie Le Pen, se convirtió en el presidente interino del partido y también en el cabeza de lista del oficialismo para las elecciones europeas. La primera función le colocaba en una situación inmejorable para hacerse con las riendas del partido en la próxima asamblea; la segunda era un legado casi envenenado, con los socialistas en la cresta de la ola, que podía arruinar aquella ambición.

En efecto, el 13 de junio de 1999 la lista Unión por Europa del RPR y la DL, con el 12,8% de los votos y 12 euroescaños, fue vapuleada por la del PS y sus adláteres, y, lo que fue más humillante, superada en dos décimas por la lista disidente de Pasqua en alianza con el Movimiento por Francia (MPF) de Philippe de Villiers, un adalid del soberanismo euroescéptico procedente de la antigua UDF. La reacción inmediata de Sarko, como ya era apodado por todo el mundo, fue renunciar a la presidencia interina del partido reteniendo la Secretaría General, si bien el Buró Político le confirmó en ambas funciones. Durante todo el verano Sarkozy se aferró a la esperanza de un escenario favorable para su pretensión de ganar en noviembre la elección interna del nuevo presidente del partido; de hecho, en los primeros días de septiembre un cierto número de diputados y senadores salió a respaldar la aspiración.

Sin embargo, esta expectativa se diluyó por la irrupción en la liza de otros cuatro candidatos: Michèle Alliot-Marie, alcaldesa de la localidad vasca de Saint-Jean-de-Luz y no adscrita a ninguna de las familias gaullistas, aunque próxima a Chirac; el senador Jean-Paul Delevoye, considerado un hombre de paja del presidente de la República; Patrick Devedjian, representante del ala liberal y europeísta; y François Fillon, presidente del Consejo Regional de Pais del Loira y ex ministro de Educación y de Correos, portador del estandarte republicano, social y soberanista. El 14 de septiembre el ex ministro del Interior anunció que se retiraba de la competición "para no ahondar las divisiones" y que abandonaba la Secretaría General con efecto el 10 de octubre, fecha de inicio de la campaña interna. De paso, renunció a su asiento en el Parlamento Europeo aduciendo el acúmulo de mandatos, ya que continuaba siendo alcalde de Neuilly y diputado de la Asamblea Nacional. El 4 de diciembre, Alliot-Marie, en segunda votación, se llevó la presidencia del RPR.

Así las cosas, Sarkozy inicio una suerte de travesía en el desierto, la segunda desde 1995. En los dos años siguientes, las únicas novedades en su trayectoria fueron la designación, el 3 de mayo de 2000, para presidir el Comité Departamental del RPR en Hauts-de-Seine y la reelección, el 11 de marzo de 2001, al frente del consistorio de Neuilly, aunque este proceso electoral era más una rutina que una prueba. El político no salió de su eclipse hasta las grandes maniobras preelectorales de la primavera de 2002, que para empezar desembocaron en la reelección de Chirac para servir un segundo período de cinco años. Fue el 5 de mayo, cuando el líder neogaullista trituró a Le Pen, insólito protagonista del ballotage al desbancar a Jospin, gracias al apoyo en masa que recibió de todo el arco de votantes que, sin distingo de ideologías, no podía digerir el auge electoral del caudillo del Frente Nacional (FN).

Entre la primera y la segunda vueltas de las elecciones presidenciales más traumáticas de la V República, el 24 de abril, Sarkozy y los demás miembros del Buró Político dieron luz verde a un proyecto de gran calado estratégico y que venía fraguándose desde hacía un tiempo gracias a la paulatina asunción de los planteamientos liberales en las filas neogaullistas: la fundición orgánica del RPR y las fuerzas que habían dado vida a la vieja UDF en un gran partido unitario puesto al servicio de Chirac pero con la vocación de ser la opción electoral permanente del centroderecha francés. Nació así la Unión por la Mayoría Presidencial (UMP), en cuyo seno aceptaron disolverse el RPR, la DL de Madelin y el Partido Popular por la Democracia Francesa (PPDF) del ex ministro de Exteriores Hervé de Charette. El Partido Radical de François Loos y André Rossinot se mostró dispuesto a asociarse, aunque sin llegar a la disolución por fusión. En cambio, el grupo mayoritario de la Nueva UDF, la familia democristiana de François Bayrou, los antiguos centristas socialdemócratas, rehusaron sumarse y continuaron como opción independiente.

La UMP era un proyecto integrador y tuvo un efecto balsámico en los rencores y desconfianzas que caracterizaban las relaciones de los clanes neogaullistas. Chirac había basado su campaña presidencial en la promesa de una "tolerancia cero" con la delincuencia común y la inseguridad ciudadana, rampantes en los banlieues (suburbios) pobres y los cinturones obreros de las grandes ciudades, y que según las encuestas coronaban la lista de preocupaciones de los franceses junto con las problemáticas derivadas de la integración social de los inmigrantes.

Sarkozy, con su imagen de hombre de acción y su discurso enérgico en este campo, le pareció a Chirac idóneo como ministro del Interior, puesto gubernamental difícil y de desgaste, tanto que también cabía suponer que el presidente lo que quería en realidad era mantener al "traidor" de 1995 enredado en la lucha contra el crimen y la inmigración ilegal para que no pudiera urdir operaciones de promoción personal dentro de la UMP, que el 17 de noviembre, luego de aprobar el RPR (el 21 de septiembre) su transformación por fusión con la DL y el PPDF, iba a celebrar su congreso de constitución con el nombre definitivo de Unión por un Movimiento Popular, con Juppé de presidente y Philippe Douste-Blazy de secretario general. En realidad, fue Sarkozy el que se ofreció a Chirac con la insistencia del que sabía que tenía vedado el puesto más apetecido, el de primer ministro.

El 7 de mayo de 2002 Sarkozy tomó posesión del Ministerio del Interior, la Seguridad Interior y las Libertades Locales en el Gabinete presidido por Jean-Pierre Raffarin, uno de los dirigentes de la DL más próximos al Elíseo y entusiasta del proyecto UMP, sin otra ambición que la de servir al presidente y al nuevo partido. El 17 de junio Sarkozy fue confirmado en el cargo a raíz de las elecciones legislativas celebradas los días 9 y 16, que otorgaron a la UMP una confortable mayoría absoluta de 357 escaños con el 33,7% de los votos. El flamante ministro del Interior, aunque reelegido en su escaño, se separó de la Asamblea Nacional con arreglo a la ley.


3. Responsable de Interior y rival del primer ministro Villepin

La titularidad de Interior fue el revulsivo que la carrera política de Sarkozy necesitaba. Exudando energía y dinamismo, desarrolló una apretada agenda ministerial que tuvo como puntos estrella la Ley de Orientación y Programación de la Seguridad Interior (LOPSI, o ley Sarkozy I), por la que se dotaba de más medios materiales y humanos a la Gendarmería y la Policía Nacional, y, sobre todo, la muy polémica Ley de Seguridad Interior (LSI, o Ley Sarkozy II).

Promulgada por la Asamblea Nacional el 18 de marzo de 2003 en una versión matizada del proyecto original, la LSI tipificaba nuevos delitos sancionables con penas de prisión y multas, como la prostitución en vía pública, la mendicidad agresiva o forzada, las acampadas no autorizadas de gitanos y otros grupos de nómadas, y las amenazas a agentes del orden y representantes de la autoridad. También, ampliaba los poderes policiales para efectuar registros y abrir fichas informáticas de sospechosos de cometer delitos. Además, el ministro se mostró favorable al endurecimiento del derecho de asilo en Francia y de entrada aplicó un programa de repatriación de inmigrantes en situación de ilegalidad —postura hasta cierto punto paradójica en quien era un hijo, precisamente, de inmigrante— que incluyó las expulsiones forzosas y en bloque de indocumentados a sus países de origen, muchas veces a través de vuelos programados.

Los acentos represivos y expeditivos de la batería de medidas lanzada por Sarkozy levantaron duras críticas desde los partidos de la izquierda, los sindicatos, las ONG y asociaciones de abogados, que acusaron al ministro de "autoritarismo" y de "declarar la guerra a los pobres". Sin embargo, los sondeos indicaban que cerca de tres cuartas partes de los franceses respaldaban las iniciativas del departamento de Interior, convirtiendo a su promotor en el político más popular de Francia, por encima de cualquier dirigente del PS, de Raffarin y del propio Chirac.

Por otro lado, Sarkozy negoció laboriosamente la puesta en marcha del Consejo Francés del Culto Musulmán (CFCM), organismo privado y pretendidamente representativo concebido como el interlocutor de las organizaciones musulmanas con el Estado. Activado en mayo de 2003, el CFCM fue visto como un paso decisivo para la plena integración del Islam en Francia y superó indemne la controversia por la adopción en marzo de 2004 de la conocida como ley del laicismo en la enseñanza pública, que prohibía el uso del velo islámico y otros "símbolos religiosos ostensibles" en las escuelas de primaria y secundaria.

Promovida por el entorno de Chirac, esta ley defensora de uno de los principios cardinales del Estado francés buscaba mantener a raya a los grupos minoritarios de islamistas radicales que trasladaban su extremismo ideológico a los centros educativos. El mismo afán de controlar las actividades proselitistas de los simpatizantes locales de Al Qaeda podía atisbarse tras la inauguración del CFCM, donde los clérigos integristas ocuparon una posición predominante desde el principio, aunque Sarkozy creía tener todo controlado. El ministro no estaba muy conforme con la ley del laicismo, de la que votó a favor únicamente por disciplina parlamentaria. De hecho, el católico responsable de Interior era partidario, y así lo venía pregonando en producción escrita, de enmendar la legislación sobre la separación estricta de la religión y el Estado para, entre otros cambios, permitir la financiación de las mezquitas con dinero público, lo que sería una manera de fiscalizar sus actividades.

Mientras friccionaba con Chirac, marcaba las distancias con Raffarin —tremendamente erosionado por la movilización sindical contra las reformas del sistema de jubilaciones y la Seguridad Social— y no perdía ojo a las actividades partidistas del resucitado Juppé, Sarkozy empezó a recelar también del ministro de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin, un chiraquiano acérrimo, sin más historial político que el de haber sido el secretario general del Palacio del Elíseo durante siete años. El sofisticado De Villepin adquirió a comienzos de 2003 una enorme notoriedad por su elocuente defensa internacional de la posición francesa, compartida por el ministro del Interior, que era contraria a la invasión de Irak por Estados Unidos.

El pique entre Villepin y Sarkozy comenzó a tomar forma después de las catastróficas elecciones regionales del 21 y el 28 de marzo de 2004, en las que la UMP y la UDF perdieron frente a las izquierdas todos los consejos metropolitanos salvo los de Alsacia y Córcega. En las elecciones cantonales, celebradas al mismo tiempo, Sarkozy ganó mandato para convertirse, el 1 de abril, en presidente del Consejo General de Hauts-de-Seine, donde sucedió a Pasqua. Para entonces, Juppé, el hombre al que Chirac habría querido ver candidateando a su sucesión en 2007 frente al adversario socialista, llevaba dos meses fuera de juego tras ser condenado a 18 años de prisión sin cumplimiento y a 10 años de inhabilitación política por un caso de financiación ilegal del RPR.

El desastre en las regionales precipitó el 31 de marzo una remodelación gubernamental que para Sarkozy se tradujo en el cambio de la cartera del Interior —que tomó Villepin— por la de Economía, Finanzas e Industria. Como responsable económico, le competía enfrentar la debilidad del crecimiento, el aumento del paro y el ajuste del déficit público al tope del 3% del PIB establecido por el Pacto de Estabilidad de la UE. Además, recibió el título honorífico de ministro de Estado, con la misión de llevar a cabo la reforma de la Administración conjuntamente con el ministro de la Función Pública, Renaud Dutreil. Esta acumulación de tareas convirtió a Sarkozy en el número dos del Gobierno.

Sin embargo, Sarkozy no se conformaba con eso. La dimisión el 16 de julio, un mes después del nuevo varapalo por el PS en las elecciones europeas, de Juppé como presidente de la UMP y la reserva del brillante Villepin para la jefatura del Gobierno dejaron al ministro de Economía y Finanzas como el único dirigente de talla capaz de pilotar el partido del Ejecutivo y revertir sus fortunas electorales. Prácticamente a regañadientes, ya que esta promoción ponía a su beneficiario directamente en la rampa de lanzamiento de la carrera al Elíseo, Chirac aceptó que Sarkozy liderara la UMP a cambio de su baja en el Gobierno.

El 28 de noviembre de 2004 la convención de la UMP publicó los resultados de la votación efectuada por un 54% de los 130.000 militantes del partido. Sin sorpresas, la candidatura formada por Sarkozy para la Presidencia, Jean-Claude Gaudin para la Vicepresidencia y Pierre Méhaignerie para la Secretaría General se impuso con el 85,1% de los votos a las candidaturas encabezadas por Nicolas Dupont-Aignan y Christine Boutin. Al día siguiente, Sarkozy cedía el relevo en el Gobierno a Hervé Gaymard. El 14 de marzo de 2005 estuvo de vuelta en la Asamblea Nacional, semanas después de ser distinguido por el presidente de la República como caballero de la Legión de Honor.

El 29 de mayo de 2005, el rotundo rechazo de los franceses al Tratado de la Constitución Europea en un referéndum que Chirac, infructuosamente, había intentado no convertir en un plebiscito sobre su gestión, abrió una crisis de gobierno, selló la varias veces postergada dimisión de Raffarin y dio nuevas alas a Sarkozy, que en los sondeos de popularidad aventajaba holgadamente a Villepin, ahora mismo su principal rival oficioso, si no el único, por la candidatura presidencial en 2007.

Aunque había hecho campaña a favor del sí a la Constitución Europea, al estar ausente del Gobierno, Sarkozy salió indemne de un bofetón electoral del que se apresuró a hacer lecturas en clave de dardos contra la política europea de Chirac. Según él, el estruendoso no popular del 29 de mayo hacía urgente "repensar y refundar" la construcción europea, trasladando el motor de la misma desde el eje franco-alemán hasta un directorio informal de los seis estados miembros más grandes (Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, España y Polonia), y poniendo "fronteras" a la UE, que más allá de Bulgaria y Rumanía no debería admitir a más países. Sarkozy fue explícito en su escepticismo con el ingreso de Turquía.

Para sustituir a Raffarin, Chirac, que ya apenas podía sostener la apuesta, hasta ahora sólo especulada, por el tercer mandato presidencial, podía nombrar a Sarkozy, como un intento de debilitarlo, ante la incierta situación económica y política que vivía el país (aunque no estaba claro que en las actuales circunstancias al presidente de la UMP le interesara este envite, y desde la perspectiva de Chirac tampoco se antojaba sensato abrir una especie de cohabitación con el sector crítico de su propio partido), a la ministra de Defensa, Alliot-Marie, una personalidad no polémica y de talante integrador pero sin gancho popular, y al fiel Villepin, por citar los nombres mejor situados.

Si se decantaba por Villepin, Chirac mandaría entonces un mensaje político porfiado y continuista, de alguna manera, toda una declaración de hostilidades a Sarkozy y su discurso revisionista. Así, según venía desgranando en libros y alocuciones, Sarkozy, para alarma de los sectores tradicionales del posgaullismo, cuestionaba abiertamente una serie de principios y hábitos arraigados en el sistema de la V República, como eran el laicismo estricto del Estado, el peso de los componentes estatal y social en un modelo de economía de mercado necesitado de competitividad y las actitudes defensivas frente a una globalización que seguía siendo vista como el ariete cultural del mundo anglosajón contra la "excepción francesa".

En efecto, el 31 de mayo Chirac concedió la jefatura del Gobierno a Villepin, pero necesitaba la pegada popular del presidente de la UMP. Así, el 2 de junio Sarkozy recobró su querida cartera de Interior y de paso la de Planificación Regional, un refuerzo de competencias que subrayó el nombramiento también como ministro de Estado. A Sarkozy y Villepin les faltó tiempo para enzarzarse en una batalla personal llena de pullas y opiniones confrontadas que puso de relieve sus respectivas ambiciones presidenciales.


4. De la revuelta en los suburbios de 2005 a la nominación presidencial de 2007

La imagen polarizadora de Sarkozy, político que tendía a ser admirado y jaleado o bien temido y odiado, pero que a nadie dejaba indiferente, adquirió intensidad con motivo de su actuación durante la ola de violencia urbana que, comenzada en la periferia de París y luego extendida a suburbios étnicos de todo el país, tuvo a Francia sumida en un acongojado vilo en las primeras semanas de noviembre de 2005.

Los disturbios estallaron a raíz de la muerte el 27 de octubre de dos adolescentes, uno de origen tunecino y el otro malí, que ocultándose en la caseta de un transformador de unos agentes que les perseguían resultaron fatalmente electrocutados. En la víspera, Sarkozy, durante una accidentada visita al barrio marginal parisino de Argenteuil para supervisar in situ la aplicación de las nuevas medidas contra el vandalismo y la inseguridad ciudadana adoptadas por el Ministerio, se había referido a los jóvenes violentos como "racaille" ("gentuza") y "gangrena". Su aspereza verbal ya había levantado ampollas en junio, cuando anunció su disposición a "limpiar" La Courneuve, una comuna de Seine-Saint-Denis muy castigada por la delincuencia, con una Kärcher, es decir, con una máquina barredora por el sistema de agua a presión.

En las jornadas siguientes, noche tras noche, la quema de miles de vehículos, la destrucción de cientos de comercios, almacenes y edificios públicos de todo tipo, y los choques entre fuerzas del orden y grupos de jóvenes que en su gran mayoría eran hijos de inmigrantes magrebíes y subsaharianos, dando lugar a escenas de verdadera guerra urbana, aterrorizó a la población y generó inseguridad hasta el punto de que el Gobierno hubo de declarar el estado de emergencia y autorizar a las prefecturas departamentales la imposición del toque de queda en sus áreas si lo consideraban necesario. El Ministerio del Interior decidió también expulsar del país a todos los adultos no nacionales que hubieran sido condenados por participar en actos violentos. Los antidisturbios de la Policía Nacional, los CRS, practicaron cientos de detenciones.

Sarkozy no fue arropado por los demás miembros del Gobierno y por Chirac hasta el final de la primera semana de la crisis, tiempo en el cual volvió a emplear gruesas palabras contra los revoltosos y se reafirmó en la necesidad de imponer la ley y restablecer el orden. Antes y después, el ministro fue abroncado desde la izquierda, que le exigió la dimisión por haberse comportado como un "pirómano" del incendio insurreccional con sus "provocaciones verbales", y por haber ejecutado una reforma policial que apostaba por la persecución del delincuente en detrimento de la relación de cercanía entre policías y vecinos. Sin embargo, su insistencia en la "tolerancia cero" con la delincuencia urbana y su distanciamiento del tono autocrítico adoptado por Chirac y Villepin, que enmarcaron la cólera destructiva de los jóvenes franceses inmigrantes de segunda generación en las carencias sociales, la falta de oportunidades y la discriminación que campeaban en los degradados suburbios donde vivían, merecieron el aplauso de la mayoría de la población, según los sondeos de demoscopia.

La larga aunque imparable marcha de Sarkozy hacia la candidatura presidencial de la UMP consumió sus últimas etapas en 2006, recta final en la que no faltaron un escabroso sobresalto, instigado seguramente por sus enemigos internos del oficialismo, y una pérdida de fuelle personal. El 12 de enero lanzó el ministro todo un alegato de intenciones con las propuestas de reforzar las funciones ejecutivas y políticas del presidente y de reformar las instituciones de una V República que no tenía porqué subir de ordinal. En marzo se desmarcó ostensiblemente del primer ministro Villepin, metido con estudiantes y sindicatos en un pulso letal para su popularidad —y por ende para su ya diluida ambición presidencial— sobre el Contrato de Primer Empleo (CPE), norma que aplicaba a los trabajadores de menos de 26 años un período de prueba laboral de 24 meses y permitía su despido sin justificar dentro de ese período; la promulgación de una versión provisional y desvirtuada del CPE fue interpretada por todo el mundo como una victoria de Sarkozy.

A finales de abril estalló un descomunal escándalo político cuando el diario Le Monde publicó la comprometedora declaración judicial de un general de los servicios de inteligencia, Philippe Rondot. El militar aseguraba que en enero de 2004 Villepin, entonces titular de Exteriores y siguiendo órdenes de Chirac, le había dado instrucciones para investigar la aparición de Sarkozy en un listado de titulares de cuentas secretas gestionadas por la sociedad financiera luxemburguesa Clearstream y destinadas, todo supuestamente, a atesorar comisiones ilegales por la venta de fragatas de guerra a Taiwán. El caso se creía cerrado desde que se comprobó que la inclusión del nombre de Sarkozy y de otros destacados políticos franceses en esa lista no era más que un montaje para desacreditarles.

El primer ministro y el presidente negaron con toda vehemencia cualquier participación en el turbio affaire, pero Sarkozy se personó como parte civil ante los jueces que llevaban el caso y reclamó un completo esclarecimiento de la intriga. "Quiero saber quiénes, cómo y cuándo me metieron en este asunto", exigió el ministro, que con tono triunfal y vindicativo denunció "las miserables maquinaciones organizadas por oficinas que intentan comprometer y por aprendices de conspiradores que pretenden ensuciar". La polvareda levantada por el caso Clearstream se asentó antes de que Villepin se hubiese visto forzado a dimitir, pero su precandidatura presidencial no declarada quedó definitivamente sepultada.

A principios de mayo, un Sarkozy en la cresta de la ola remitió al Parlamento su proyecto de ley relativo a la inmigración y la integración, que vinculaba la concesión de permisos de residencia a las necesidades del mercado laboral, fijando en la práctica un sistema de cuotas anuales de entrada. La norma restringía también el agrupamiento familiar de los inmigrantes y cerraba la puerta a la nacionalización inmediata por la vía del matrimonio con un autóctono. Para los detractores de Sarkozy, el instrumento legal del Ministerio del Interior presentaba un tinte electoralista y suponía un claro guiño a los votantes de la extrema derecha.

Tras las vacaciones de verano Sarkozy tuvo que enfrentar el formidable auge social y mediático de la precandidata socialista Ségolène Royal, presidenta de la región de Poitou-Charentes, que le sobrepasó en casi todas las encuestas de intención de voto, amén del pertinaz vacío que le hacía el chiraquismo. Obligado a esforzarse en la acción proselitista para llegar con plenitud de fuerzas a la votación de su candidatura en la UMP a comienzos de 2007, el ministro incidió en la naturaleza "radical" y "rupturista" de su discurso, y propuso "cuatro revoluciones" así como "cinco nuevos derechos" para "reinventar la República".

Los conceptos de "mérito", "trabajo", "valores", "moral", "derechos con obligaciones", "nuevo humanismo", "educación" y "cultura", entre otros, guiaban un plantel de propuestas que tenían como medidas concretas la implantación de un "servicio ciudadano" obligatorio de seis meses para los jóvenes, la creación de 700.000 viviendas protegidas, la fijación de un tope impositivo del 50% para todas las rentas del trabajo y acciones positivas para la protección del medio ambiente. Sarkozy renegaba del adjetivo conservador dirigido a su persona, pero también de la herencia sesentayochista, por su defensa de la sociedad igualitaria y el Estado subsidiario a costa de, así lo creía él, frenar el esfuerzo y la iniciativa individuales.

En política europea, volvió a expresar su confianza en un directorio motriz formado por los seis estados más grandes de la UE y su rechazo a la pertenencia plena de Turquía. Además, propuso la elaboración urgente y su ratificación en casa por la vía parlamentaria, no mediante referéndum, de un tratado constitucional "simplificado de naturaleza funcional" que por lo menos evitara la parálisis de las instituciones. Insistió en que había que revisar los tradicionales equilibrios de fuerzas dentro del proyecto europeo, acabando con la regla de la unanimidad en la toma de decisiones por el Consejo y relativizando el peso del eje franco-alemán. Su visión era la de una UE más pendiente de sus flancos mediterráneo y atlántico, así como deseosa de una "libre amistad" con Estados Unidos.

El 29 de noviembre Sarkozy hizo oficial su aspiración, basada en una relación de "confianza y respeto" con los ciudadanos y movida por la voluntad de transformar a Francia "en un país donde todo pueda ser posible". La única personalidad de la UMP en condiciones de retar su precandidatura, la ministra Alliot-Marie, se autodescartó a últimos de diciembre. Al final, no iba a haber ningún proceso de primarias competitivo. Nadie salió a hacerle sombra al ministro del Interior, que el 14 de enero de 2007 fue proclamado candidato en una multitudinaria asamblea de aclamación a la que asistieron decenas de miles de militantes: la suya había sido la única precandidatura ofertada a los 338.000 afiliados llamados a pasar por las urnas partidarias. Ahora, a Sarkozy le quedaban dos incógnitas por despejar: si Chirac rehusaría presentar su candidatura reeleccionista fuera del partido, lo que parecía prácticamente seguro, y si él sería capaz de ganarle la mano en los sondeos a la socialista Royal.


5. La ambición del Elíseo sometida a las urnas: el triunfo sobre la socialista Royal

La briosa formalización por Sarkozy de su candidatura presidencial tuvo como efecto fulminante la inversión de tendencias en las encuestas, ninguna de las cuales dejó de situarle en cabeza a partir de ahora, con una horquilla de ventaja sobre Royal de hasta ocho puntos en el escenario del ballotage. El notable ascenso del tercer candidato en discordia, el centrista Bayrou, se estaba haciendo sobre todo a costa de las posibilidades de la postulante del PS. Las acusaciones contra Sarkozy de valerse de su cargo ministerial para jugar con ventaja y hasta de usar servicios policiales para espiar las actividades de Royal y del primer secretario del PS, amén de pareja formal y padre de los hijos de la aspirante socialista, François Hollande —extremos que tachó de calumnias—, no hicieron mella en su nueva condición de favorito.

El 11 de marzo, mientras Sarkozy perfeccionaba su programa arrimado a la derecha con la incorporación de la propuesta de crear un Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional y era acusado de "lepenizar" descaradamente su discurso, Chirac realizaba el anuncio esperado de que renunciaba al tercer mandato. A continuación, siguiendo el camino trazado por personalidades como Juppé, Raffarin y —sorpresivamente, ya que no estaba vinculada a la UMP sino a la UDF de Bayrou—, Simone Veil, el primer ministro Villepin aseguró estar listo para "defender junto a Sarkozy los ideales de nuestra familia política". El último apoyo expreso que le quedaba por recibir desde el oficialismo era el del propio Chirac, quien lo demoró hasta el 21 de marzo, en una alocución no exenta de frialdad. Sarkozy acogió con satisfacción este plácet institucional, aunque no por ello interrumpió su desmarque de los doce años de mandato del quinto presidente de la V República, de quien no se consideraba heredero. El 26 de marzo, por fin, Sarkozy se desprendió del Ministerio del Interior; la cartera fue para un notorio chiraquiano, François Baroin.

Hasta la celebración de la primera ronda electoral, el 22 de abril, Sarkozy libró una campaña llena de intensidad en la que no se cansó de defender la identidad nacional francesa, de diagnosticar la "crisis moral" que padecía el país y de arremeter contra "la inmigración sin control, el fraude y el despilfarro". Definitivamente, los flujos migratorios tendrían que ser controlados con criterios de selectividad y exigencia. Los indicios de que podría estar fraguando algún tipo de connivencia con Le Pen quedaron desmentidos desde el momento en que el líder ultraderechista se deshizo en insultos en su contra y que él mismo, en la enésima oscilación del tono, moderó los mensajes que parecían destinados a encandilar a los votantes del FN. De cualquier manera, Bayrou y los candidatos de la izquierda insistieron en presentar a Sarkozy como una suerte de peligro para la democracia y la estabilidad de la sociedad tanto por su talante como por sus principios. El epítome de estas consignas de advertencia fue la sigla TTS, que significaba Tout sauf Sarko (Todo salvo Sarko).

En el capítulo económico, Sarkozy se fijó varios objetivos: cumplimiento a rajatabla por el Ejecutivo de los presupuestos generales aprobados por el Parlamento; liquidación del déficit de las administraciones públicas en 2010 y recorte de la deuda pública hasta el 60% para 2012; descenso de la tasa de paro del 9% actual a menos del 5%, esto es, el pleno empleo, al final del mandato quinquenal; y, una bajada general de impuestos que totalizaría los 15.000 millones de euros. La reforma del mercado laboral era asimismo insoslayable, con la introducción de un contrato de trabajo único, de duración indefinida pero más fácil de rescindir, y de una fórmula de despido acordado. En cuanto a la ley de las 35 horas laborales a la semana promulgada por el Gobierno socialista de Jospin, que consideraba principal causante de los problemas observados en el ritmo de la actividad productiva, la generación de empleo, el nivel de poder adquisitivo de los ciudadanos y la competitividad de las empresas, sería despojada de toda obligatoriedad.

Un gobierno iniciado por él acometería un "plan Marshall" formativo para los jóvenes de los barrios conflictivos, una reducción vigorosa en las plantillas de la función pública y una reforma política para incrementar los poderes del Parlamento y limitar los mandatos presidenciales a dos. Por otro lado, promesas como ayudar a todos los sin techo del país para que en dos años nadie durmiera al raso en Francia, subir las prestaciones por desempleo y apostar por la discriminación positiva en la inserción laboral de los inmigrantes estorbaban a las imputaciones de neoliberalismo antisocial y de racismo de que era objeto por las izquierdas.

El candidato de la UMP tampoco dejó de poner acentos ecologistas, como aumentar las tasas sobre la polución industrial y promover una normativa internacional sobre protección medioambiental. En cuanto a su tan traídos y llevados proatlantismo y proamericanismo, los matizó con algunas cuñas, como el escepticismo con la presencia militar francesa en Afganistán dentro de la fuerza multinacional comandada por la OTAN y el rechazo frontal a una intervención armada contra Irán para eliminar su programa nuclear susceptible de tener un desarrollo armamentístico, pero sin menoscabo de una presión rigurosa al régimen de Teherán.

El 22 de abril de 2007 Sarkozy se puso en cabeza con el 31,2% de los votos, seguido por Royal con el 25,9%. Apeados quedaron Bayrou (18,6%), Le Pen (10,4%) y otros ocho candidatos de diversas tendencias ideológicas. La participación fue muy alta, el 83,8%. Impregnado de optimismo premonitorio sobre el resultado del duelo final del 6 de mayo, Sarkozy no perdió un minuto en proponer a Royal un "debate de ideas" para contrastar sus respectivos programas; el suyo, no perseguía otra cosa que una "República fraternal" en la que todos los ciudadanos se sintieran "protegidos" frente a "la violencia y la delincuencia", pero también frente a "la competencia desleal y las deslocalizaciones, la degradación de sus condiciones de trabajo y la exclusión".

El 2 de mayo, en plena profusión de guiños a los votantes de Bayrou (quien se negó a respaldar a uno de los integrantes del binomio "Sarko-Sego", aunque matizó que su voto particular no iba a ser por el candidato de la UMP) y de Le Pen (quien llamó a la "abstención masiva"), Sarkozy se vio las caras con Royal en un áspero debate televisado que, según las encuestas, ganó él. La advertencia lanzada por la candidata socialista en la víspera de la jornada electoral de que una victoria de Sarkozy sería "peligrosa" para Francia porque generaría "violencia y brutalidades", fue un intento fútil de torcer los últimos sondeos, que daban la victoria al ex ministro del Interior por un margen de entre ocho y diez puntos.

El 6 de mayo de 2007, sin que nadie se llamara a sorpresa, rozando la participación el 84%, Sarkozy se proclamó presidente de Francia con el 53,1% de los votos frente al 46,9% obtenido por Royal. Al poco de cerrar los colegios electoral y tras avanzarse los primeros sondeos oficiales que no ofrecían lugar a dudas sobre el resultado final, el líder conservador compareció con euforia contenida ante sus seguidores para pronunciar un discurso en el que lanzó la consabida garantía de ser "el presidente de todos los franceses" y la promesa de "trabajo, autoridad, respeto e identidad nacional", para que los "franceses se sientan orgullosos de serlo". El 14 de mayo Sarkozy se desprendió de la presidencia de la UMP, que fue asumida en funciones y al alimón por Jean-Claude Gaudin, Pierre Méhaignerie y Brice Hortefeux, y el 16 de mayo recogió de Chirac el testigo presidencial en el Elíseo. Un día más tarde, nombró primer ministro a uno de sus asesores de campaña, el senador François Fillon.


6. Distinciones y publicaciones

Nicolas Sarkozy es autor de los siguientes libros: Georges Mandel, le moine de la politique (1994); Au bout de la passion, l'équilibre (de 1995, con formato de entrevista, realizada por el periodista Michel Denisot); Libre (2001); La République, les religions, l'espérance (de 2004, con colaboraciones de Thibault Collin y Philippe Verdin); Témoignage (2006); Ensemble (2007); y Un traité pour l'Europe (2008). En el capítulo de honores, el estadista es caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor (2004), gran maestre de la misma orden (2007), gran maestre de la Orden Nacional del Mérito, comandante de la Orden de Leopoldo (Bélgica, 2004) y caballero de la Orden del Toisón de Oro (España, 2012). Posee también la Gran Cruz de la Orden Nacional del Mérito (2007) y la Gran Cruz de la Orden de Carlos III (España, 2009).

(Cobertura informativa hasta 15/5/2007)